Las palabras de mi papá siempre permanecían en el fondo de mi mente como un eco persistente. "Una vez que se escribe un programa, se convierte en la regla de tu vida hasta que se reconoce y se modifica". Al principio, cuando era niño, no podía captar la profundidad de su sabiduría. Era como intentar entender un idioma que aún no había aprendido.
Pasaron los años y sus palabras se convirtieron en algo más que un mantra; se convirtieron en una hoja de ruta para comprender las complejidades del comportamiento humano. No fue hasta los treinta años que comencé a apreciar verdaderamente la importancia de lo que él estaba tratando de enseñarme.
Mientras crecía, siempre dudaba en hacerle preguntas a mi padre, por miedo a lo que pudieran revelar sus respuestas.
¿Desafiarían mis percepciones? ¿Me obligarían a afrontar verdades incómodas sobre mí mismo? El miedo a lo desconocido a menudo me detenía.
Pero a medida que profundicé en el funcionamiento de la mente humana, comencé a ver paralelismos entre nuestros pensamientos y las aplicaciones de nuestros teléfonos inteligentes. Así como instintivamente buscamos aplicaciones específicas para realizar ciertas tareas, nuestras mentes están programadas para responder a ciertos estímulos de manera predecible.
Tomemos, por ejemplo, la tendencia de mi hija de tres años a llorar cada vez que no se sale con la suya. Es como si estuviera ejecutando un programa llamado "lágrimas de cocodrilo", un método probado para llamar la atención. ¿Y quien puede culparla? Como el miembro más joven de la familia, ha aprendido que unas cuantas lágrimas pueden ser de gran ayuda en un hogar donde nadie quiere ver a un bebé infeliz.
Pero así como nuestros teléfonos pueden personalizarse con nuevas aplicaciones y actualizaciones, también nuestras mentes pueden reprogramarse con nuevos comportamientos y actitudes. Es un concepto que mi padre me inculcó cuando era joven, aunque me llevó hasta mis veintitantos y treinta años comprender realmente su significado. Durante años, me encontré atrapado en ciclos repetitivos, reaccionando de la misma manera a los desafíos de la vida y esperando resultados diferentes.
"Me enojaba, me enojaba y declaraba que todo cambiaría el lunes", bromeaba a menudo, insistiendo: "Esto es lo que soy. Tienes que respetar eso". Pero las enseñanzas de mi padre desafiaron esa noción. No hay ninguna regla escrita en ninguna parte que diga que tenemos que permanecer rebeldes o estancados en patrones obsoletos para siempre. Tenemos el poder de actualizar, de reescribir nuestra programación interna.
En mis sesiones de terapia individual, utilizamos un método llamado "reescritura" donde examinamos programas obsoletos, entendemos sus orígenes y determinamos qué nos sirve en el presente. Algunos de estos programas tienen raíces profundas y requieren un esfuerzo diario para remodelarlos, mientras que otros pueden descartarse con un simple cambio de perspectiva.
Uno de los programas más valiosos que instaló mi padre fue la capacidad de reconocer estos patrones y trabajar activamente para cambiarlos para que se adapten mejor a nuestro yo actual. Es un viaje de autodescubrimiento y crecimiento, que requiere coraje, paciencia y voluntad de confrontar las partes de nosotros mismos que preferiríamos ignorar. Pero, como he aprendido, las recompensas de liberarse de una programación obsoleta son inconmensurables y conducen a una vida más plena y auténtica.
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